miércoles, 19 de septiembre de 2007

Capítulo 1. De lo que ocurrió antes de la primera fonda y tras la Partida.


Era no más que una sombra de medianoche, y se mezcló con los búhos y las otras aves sin nombre que acechan al azote del viento. Era viento, no más, pero todo cansancio, apenas si un hálito tras la capa. El frío del Anduin que hubo de atravesar le había calado los huesos, y sentía menguar su ímpetu. Pensaba en la débil figura de su antaño compañero, vislumbrada junto a otra sombra, acaso ya espectro, de una mujer desaparecida tiempo ha y que lo buscaba sin descanso. Así, cabalgando a oscuras, él también se sintió pura ausencia y nada más que miedo, pero también premura, necesidad de hallar otras almas en quienes descargar el peso.

Todo debía esperar ahora, pues necesitaba fuego, pero en mitad del páramo era una presa fácil para los posibles guardias del Rey que vigilasen. Buscaba pues una casa deshabitada, pero la gran mayoría de granjas y haciendas de este territorio habían sido saqueadas por las tropas de Castamir. Y saqueada era la palabra, pues no había cultivos sino tan sólo tierras quemadas; ni lugareños, sólo a veces sus restos carbonizados. Fuerte había sido el castigo impuesto por el nuevo rey para esta provincia, pues costoso había sido en verdad tomar la ribera Este del Anduin para las tropas confederadas. Muchos cadáveres se quedaron allí, y Castamir lo recordó más tarde.

Su sanción o escarmiento fue dejar en manos de los mercenarios haradan la administración de la zona. Y en apenas tres años, los continuos y crueles saqueos, pillajes, asesinatos y felonías habían reducido la población de toda una jurisdicción real a poco menos que unas sucias aldeas y algún que otro molino. Los haradrim eran arbitrarios en sus decisiones, y caprichosos en sus movimientos, por lo que podían estar en cualquier parte, y era eso lo que ahora preocupaba a Varendil, aunque nunca reconocería su miedo.

Desechó las aldeas abandonadas porque el fuego llamaría la atención, y también la ribera del río, pues allí sería más probable encontrar campamentos o soldadesca. Sabiendo eso, cada vez más presente el frío que minaba sus huesos, se arriesgó campo través, abandonó el Camino Real y se adentró por los yermos campos buscando alguna casa alejada, o quizá una alquería donde encontrar resguardo.

La luna era su único ojo, apenas un hilo blanco en el cielo. Un descosido en la tela que los Poderes tejen hábiles pero sin piedad, y que ocasionalmente es sajada por alguna desdicha que nos acontece, sin remedio ya salvo duelo. O por un inesperado descuido que muestra las entrañas neutrales del Destino, su naturaleza errónea, y la posibilidad de un remedio si se llega a tiempo. La fecha era definitiva, según parecía, y entonces habría alguien allí para cumplir el papel impuesto, pensaba.

Se dejaba llevar, sin importar por quién o cuándo, que venía a ser lo mismo. Él asistiría, dijo el augur, si se le diese tiempo, pues ya se sabe que aunque todos estamos atados por un Destino, éste es caprichoso y voluble, puede cansarse y mañana no dar sino muerte.

O la vida, como en aquella hacienda sin puerta que le fue abierta por la luna donde el otrora Varendil entró y se arriesgó a un fuego, aunque ligero. Secó sus ropas, infructuosamente buscó otras y se dejó ganar por un sueño intranquilo como quien no espera ya que vuelva a salir el sol. No había podido hablar con Terieth, con ella.

Amaneció con desgana, sin gallos que anunciasen el alba. Una bruma blanquecina dominaba el valle, diríase que una inmensa espalda blanca se inclinada sobre el jergón de la tierra. El caballo pastaba en un patio interior, rebuscando aquí y allá siquiera una pequeña brizna. Su jinete se aproximó sombrío y le tocó el hocico con su mano. Entonces se fijó en ella a la luz del pálido día: estaba negra, manchada del barro del Anduin, y por algo mucho peor.

Prefirió no tener espejo, pero sin embargo ahora importaba su imagen, pues parecía un forajido, precisamente aquello que era, y eso debía evitarlo a toda costa. Resistió bien el hambre, como hacía tiempo, en las Campañas del Norte, y para no recordar reflexionó sobre el camino a seguir. Lo mejor era unirse a una caravana, pero todas pasarían sin duda por Pelargir, un lugar ahora demasiado peligroso por demasiados motivos; tampoco ninguna iría a Osgiliath en el Norte, aquella infranqueable ciudad prisión... No, su objetivo era avanzar al Sur, mas para un hombre solitario los caminos serían peligrosos y no encontraría cobijo. Así que debía de unirse a algun convoy de camino a Umbar. Pero eso después de encontrar más ropa y procurarse un mínimo aseo. Después de comer.

[El dibujo es de Catherine Karina Chmiel, se puede encontrar aquí:
No es una fiel representación de Varendil, eso solo concierne a su alter ego.

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